
La sexualidad es un concepto multidimensional y, según la OMS, es la «energía que motiva la búsqueda del amor, el contacto y la intimidad, y se expresa en la forma de sentir e interactuar de las personas». Y va mucho más allá de las preferencias: es un conjunto de manifestaciones físicas, psicológicas y emocionales que nos permiten sentirnos vivos. Como tal, forma parte de los derechos sexuales y reproductivos, que deben ser ejercidos de forma positiva y saludable por todas las personas. Sin embargo, esto aún no está plenamente garantizado para las personas con discapacidad.
La discapacidad tiene particularidades biológicas, psicológicas y sociales, que dependen del tipo de lesión y limitación o restricción de las actividades y de cómo lo entienden el individuo y su entorno. La sexualidad de las personas con discapacidad es un tema marginado, ya que la sexualidad suele asociarse únicamente al acto sexual, y se pasan por alto las posibles dificultades sexuales, orgánicas y psicosociales que experimentan estas personas. Estas dificultades están relacionadas con una respuesta sexual comprometida y con los estándares normativos impuestos por la sociedad, vinculados a la moralidad, la estética y la configuración familiar. La sexualidad de las personas con discapacidad está envuelta en mitos, como: asexualidad, perversión, incapacidad para mantener vínculos afectivo-sexuales, falta de cuidados y esterilidad.
Se define erróneamente a la persona discapacitada en su totalidad, incluida su identidad sexual. Los padres tienden a adoptar una postura protectora, mientras que las personas con discapacidad muestran una postura activa, reclamando sus derechos al desarrollo sexual y al conocimiento sexual sobre la sexualidad y la discapacidad. Las mujeres con discapacidad, por su parte, presentan una doble vulnerabilidad: en la dimensión individual, la sobreprotección, el rechazo y la descalificación han repercutido en la disminución de la autonomía y la privación de derechos, como la sexualidad y la maternidad.
Existen cuatro condiciones sociales que dificultan el ejercicio de la sexualidad en la vida de las personas con discapacidad: los prejuicios y estereotipos sociales, la sobreprotección familiar, la educación sexual incompleta y las barreras asistenciales. El cuerpo suele verse como incapaz, dependiente, vulnerable y desprovisto de roles de género. La imagen corporal es vista con actitudes sociales negativas, con repercusiones de no aceptación, infantilización y proceso de «cosificación» -excluyendo el rol de género y de ser humano. La familia tiene una actitud infantilizada y sobreprotectora, negando el derecho de acceso a la información y reprimiendo las manifestaciones de la sexualidad.
Estas personas tienen un mayor riesgo relativo de exposición a infecciones de transmisión sexual, dado que existe una menor formación en los servicios sanitarios, poco debate sobre el ejercicio de la sexualidad y falta de campañas educativas.
Las mujeres con discapacidades físicas, sensoriales, cognitivas y/o psiquiátricas denuncian tiempos de espera, accesibilidad, transporte y asesoramiento inadecuados, falta de comunicación y armonía entre las instituciones, prácticas discriminatorias, mala calidad o falta de información sobre educación sexual y discapacidad, ausencia de programas de apoyo y falta de apoyo a la maternidad. El embarazo es bienvenido cuando está asociado al matrimonio y discriminado cuando no lo está. En general, se constató que las mujeres solteras y las adolescentes tienen una autonomía limitada a la hora de ejercer sus derechos sexuales y reproductivos.
A pesar de todas estas diferencias, las personas con discapacidad tienen las mismas percepciones, demandas e identidad sexual que las demás personas, y se asocian con oportunidades, reivindicación de derechos y conocimientos sexuales sobre sexualidad.

Dra. Luiza Sviesk Sprung
Doctora Ginecóloga | CRM 31819